Jean de la Fontaine:
Una rana, observando la grandeza de un buey, decidió un día imitar su
tamaño. Entonces empezó a inflarse. Cuando creía que se asemejaba al porte del
buey le dijo a su compañera. ¿Ya estoy como él? No, le respondió indiferente. Y
la rana siguió acumulando aire hasta que se hinchó tanto que explotó.
- Enseñanza de la fábula: El
orgullo,la terquedad, la impotencia y la ambición desproporcionada e
irreflexiva, generan terribles males entre los hombres.
El célebre historiógrafo Heródoto, en el libro III de
sus Historias da a conocer una notable discusión imaginaria entre
tres lúcidos persas acerca de la mejor forma de gobierno. Cuando uno de ellos
hace referencia a uno de los males que azota gravemente al orden democrático y
a nuestros pueblos, dice lo siguiente: “la corrupción, entre los que
administran la esfera pública, no genera enemistades manifiestas ni odios
recíprocos, sino sólidas amistades entre los malvados”.
A mi juicio, el poder político no corrompe a los hombres, sino que
refleja la verdadera esencia de la personas. Como decía Ramón y Cajal: “en
el corazón del hombre se esconden las más bellas cualidades y los más
repugnantes defectos”. Este razonamiento conduce a pensar que el poder
potencia las virtudes o los vicios de los políticos. De modo que, si
aquellos que administran temporalmente los asuntos públicos poseen una
constitución mental y moral defectuosa; es decir, si no han recibido una sólida
formación intelectual y una recta formación moral; y si además se dejan
arrastrar fácilmente por la avidez de dinero, y si unido a este escenario,
comprendemos que las instituciones públicas existentes son débiles y en algunos
casos, absolutamente corrompidas, muchos políticos marcharán de manera
inevitable hacia la realización de actos corruptos.
Esta interpretación se opone radicalmente a esa famosa y tan extendida expresión de Lord Acton: "el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente", y se opone, porque el poder no es esencialmente malo ni vuelve perverso al hombre en cuanto lo domine. Entonces, podrá ser una frase retumbante llena de palabras altisonantes, pero según los entendidos en la materia, el historiador inglés no conocía demasiado sobre política porque no es el fiel reflejo de la verdadera realidad de las cosas.
Cuenta Benito Jerónimo Feijoo, que cuando el ambicioso Alejandro Magno
se enteró que existían más mundos, empezó a lamentarse, aduciendo que no
tendría tiempo para conquistarlos. Esta quizás sea una de las manifestaciones
más claras de que las ambiciones de los hombres no tienen límites y cuando la
ambición desmedida invade íntegramente cada espacio del corazón humano, el
hombre está dispuesto a entregarse a sus más viciosas predilecciones.
No critico la ambición, cuestiono abiertamente la ambición desviada
carente de escrúpulos; porque hay ambiciones bellas, nobles y respetables, como
aquel político que accede al poder y ejerce el cargo público con el propósito
superior de aumentar las facilidades a los ciudadanos para que, mediante "leyes
saludables" desplieguen sus potencialidades en un contexto
normativo, social y económico altamente favorable. Así como
también aquellos que intentan mejorar “la condición de las
clases laboriosas”, parafraseando a Durkheim. Ahora bien,
también existen ambiciones degeneradas y absolutamente desvirtuadas, como aquel
político que conquista el poder con la intención exclusiva de beneficiarse a sí
mismo mediante actos ilícitos.
Jean Jacques Rousseau decía en sus Confesiones: “es la codicia la que conduce a tener inclinaciones vergonzosas y moralmente reprochables” como robar, estafar, mentir, etc. Entonces, dejarse seducir por el dinero ilegítimo no es propio de hombres de
honesta y razonable conductas. Ergo; redirigir la riqueza de la nación hacia
una cuenta privada es propio de bribones, desvergonzados y egoístas, ya que esa
acción perjudica directamente a los amplios sectores de nuestra sociedad
generando el desgarro del tejido social y empobreciendo aún más a los pueblos,
porque los actos de corrupción se reflejan en colegios arruinados, hospitales
sin instrumentos, medicamentos que no llegan a tiempo, infraestructura
deficiente, etc. ¿Quién puede ser capaz entonces, de robarle a su propia
patria?
Muchos corruptos no
solo serán condenados por la justicia y quedarán privados de su libertad, sino
que además, serán objeto de desprecio ya que la ciudadanía entera,
guiada por la indignación y el recuerdo colectivo latente, los repudiará para
siempre. Pero cuidado, en ambos casos nadie condena al político corrupto, él se
condena a sí mismo.
Quizás, exista una fórmula infalible para combatir la corrupción: “si
os indignáis de vuestros actos, no pecaréis”. No es bueno carecer
de "aidós" recomendarían los griegos. Es decir;
si asumimos realmente que aquello que pensamos ejecutar es ilegal e
injusto. Dicho de otro modo, si nos horrorizamos por los actos inapropiados e
innobles que pretendemos realizar, no cometeremos actos indebidos y por
consiguiente no nos lamentaremos en tiempos venideros.