jueves, 30 de mayo de 2019

Reflexiones acerca de la corrupción: cuando lo putrefacto envuelve a la política.


      Jean de la Fontaine:  
Una rana, observando la grandeza de un buey, decidió un día imitar su tamaño. Entonces empezó a inflarse. Cuando creía que se asemejaba al porte del buey le dijo a su compañera. ¿Ya estoy como él? No, le respondió indiferente. Y la rana siguió acumulando aire hasta que se hinchó tanto que explotó.
  •        Enseñanza de la fábula: El orgullo,la terquedad, la impotencia y la ambición desproporcionada e irreflexiva, generan terribles males entre los hombres.

El célebre historiógrafo Heródoto, en el libro III de sus Historias da a conocer una notable discusión imaginaria entre tres lúcidos persas acerca de la mejor forma de gobierno. Cuando uno de ellos hace referencia a uno de los males que azota gravemente al orden democrático y a nuestros pueblos, dice lo siguiente: “la corrupción, entre los que administran la esfera pública, no genera enemistades manifiestas ni odios recíprocos, sino sólidas amistades entre los malvados”.

A mi juicio, el poder político no corrompe a los hombres, sino que refleja la verdadera esencia de la personas. Como decía Ramón y Cajal: “en el corazón del hombre se esconden las más bellas cualidades y los más repugnantes defectos”. Este razonamiento conduce a pensar que el poder potencia las virtudes o los vicios de los políticos. De modo que, si aquellos que administran temporalmente los asuntos públicos poseen una constitución mental y moral defectuosa; es decir, si no han recibido una sólida formación intelectual y una recta formación moral; y si además se dejan arrastrar fácilmente por la avidez de dinero, y si unido a este escenario, comprendemos que las instituciones públicas existentes son débiles y en algunos casos, absolutamente corrompidas, muchos políticos marcharán de manera inevitable hacia la realización de actos corruptos.

Esta interpretación se opone radicalmente a esa famosa y tan extendida expresión de Lord Acton: "el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente", y se opone, porque el poder no es esencialmente malo ni vuelve perverso al hombre en cuanto lo domine. Entonces, podrá ser una frase retumbante llena de palabras altisonantes, pero según los entendidos en la materia, el historiador inglés no conocía demasiado sobre política porque no es el fiel reflejo de la verdadera realidad de las cosas.

Cuenta Benito Jerónimo Feijoo, que cuando el ambicioso Alejandro Magno se enteró que existían más mundos, empezó a lamentarse, aduciendo que no tendría tiempo para conquistarlos. Esta quizás sea una de las manifestaciones más claras de que las ambiciones de los hombres no tienen límites y cuando la ambición desmedida invade íntegramente cada espacio del corazón humano, el hombre está dispuesto a entregarse a sus más viciosas predilecciones. 

No critico la ambición, cuestiono abiertamente la ambición desviada carente de escrúpulos; porque hay ambiciones bellas, nobles y respetables, como aquel político que accede al poder y ejerce el cargo público con el propósito superior de aumentar las facilidades a los ciudadanos para que, mediante "leyes saludables" desplieguen sus potencialidades en un contexto normativo, social y económico altamente favorable. Así como también aquellos que intentan mejorar “la condición de las clases laboriosas”, parafraseando a Durkheim. Ahora bien, también existen ambiciones degeneradas y absolutamente desvirtuadas, como aquel político que conquista el poder con la intención exclusiva de beneficiarse a sí mismo mediante actos ilícitos.

Jean Jacques Rousseau decía en sus Confesiones: “es la codicia la que conduce a tener inclinaciones vergonzosas y moralmente reprochables” como robar, estafar, mentir, etc.  Entonces, dejarse seducir por el dinero ilegítimo no es propio de hombres de honesta y razonable conductas. Ergo; redirigir la riqueza de la nación hacia una cuenta privada es propio de bribones, desvergonzados y egoístas, ya que esa acción perjudica directamente a los amplios sectores de nuestra sociedad generando el desgarro del tejido social y empobreciendo aún más a los pueblos, porque los actos de corrupción se reflejan en colegios arruinados, hospitales sin instrumentos, medicamentos que no llegan a tiempo, infraestructura deficiente, etc. ¿Quién puede ser capaz entonces, de robarle a su propia patria?

Muchos corruptos no solo serán condenados por la justicia y quedarán privados de su libertad, sino que además, serán objeto de desprecio ya que la ciudadanía entera, guiada por la indignación y el recuerdo colectivo latente, los repudiará para siempre. Pero cuidado, en ambos casos nadie condena al político corrupto, él se condena a sí mismo.

Quizás, exista una fórmula infalible para combatir la corrupción: “si os indignáis de vuestros actos, no pecaréis”. No es bueno carecer de "aidós" recomendarían los griegos. Es decir; si asumimos realmente que aquello que pensamos ejecutar es ilegal e injusto. Dicho de otro modo, si nos horrorizamos por los actos inapropiados e innobles que pretendemos realizar, no cometeremos actos indebidos y por consiguiente no nos lamentaremos en tiempos venideros.